Txelis pasaría por haber sido un miembro más de ETA de no ser por una serie de detalles en su biografía que delatan una cierta coherencia interna. De entre ellos lo que hace que sea para mí una figura especialmente interesante es la vinculación que en él existe entre violencia y religión. Algo que se deja notar no sólo en el título de su tesis en teología, "Paz y violencia en José María Setién e Ignacio Ellacuría”, sino también en la vinculación que estos dos conceptos han tenido a lo largo de su vida.
Aparentemente la violencia representa lo contrario a la religión. Aunque hay religiones que dejan un cierto margen a la violencia y aunque lo que va asociado a las religiones (cruzadas, guerra santa, justificaciones de dominación, etc…) haya ocasionado muchas de las mayores desgracias y de las más violentas a lo largo de la historia de la humanidad, lo cierto es que la religión tiene entre sus objetivos fundamentales el de buscar la unión. El cristianismo puede centrarse en la comunión con los demás mientras que el budismo puede hacer más hincapié en la conexión con uno mismo (algo que, por cierto, va parejo al objetivo del psicoanálisis), pero siempre está de fondo el objetivo de superar la distancia entre el propio yo y lo demás. La violencia, en cambio, camina en dirección contraria porque separa. Así, la discordia que se da en la guerra de Heráclito, necesita de una cierta reciprocidad constante de fuerzas para que no se desmorone el Kósmos. A mi modo de ver, curiosamente, mucho de lo más genuino de la religión procede de la propia violencia. Los psicólogos han observado el mismo fenómeno, aunque generalmente de una manera más superficial. Desde esta perspectiva han podido ver como, por ejemplo, existe una relación directa entre los sufrimientos de los niños y su disposición a aceptar afirmaciones que no tengan sustento en la razón. Precisamente la religión busca dar un salto más allá de la razón para alcanzar lo que ésta no le permite y para ello se alimenta tanto de argumentos no racionales (la fe, por ejemplo) como de la emotividad (vinculada al sufrimiento). A causa de este último motivo no resulta extraño que en el mundo religioso haya una especial afinidad y empatía con las personas que más sufren.
Violencia y sentimiento religioso comparten pues, en buena medida (aunque no la única), una fuente común, el sufrimiento. Lo decisivo aquí es la elección interna que haga la persona que se vea en estas circunstancias para optar por devolver el sufrimiento como violencia o, por ejemplo, proyectarlo en la religión. En el caso de Txelis parece que, si atendemos a que en su juventud llegó a cursar hasta tercero de teología en el seminario de San Sebastián, sus primeros años discurrieron más de la mano de la religión. Sin embargo en Santacristina confluye el interés religioso con la preocupación social. Si atendemos a la distinción que José María Castillo hace en “Espiritualidad para insatisfechos” entre espirituales y sociales para referirse a las dos grandes tendencias dentro de los cristianos habría que orientar a Txelis en una mayor convergencia con los sociales. Lugar en el que, en el caso de Santacristina, se une la preocupación social y el marxismo. En este punto es cuando el camino de la violencia se puede sentir legitimado. No hay más que ver lo que ha sucedido con el EZLN para comprender cómo el espíritu combativo tan frecuente en la izquierda fácilmente acaba derivando en lucha armada. Txelis optó por ese camino, seguramente pensando (al igual que Ellacuría) que no es posible para una persona realizarse como cristiano si no existen un mínimo de condiciones sociales y que, además, la liberación social pasaba por la liberación nacional al encontrarse él inmerso en el contexto vasco. Sin embargo, y aunque Santacristina parece encontrarse bastante identificado con los postulados de la Teología de la Liberación, hay que tener en cuenta que ninguno de teólogos destacados pertenecientes a este grupo ha defendido nunca el camino de la violencia. Se adivina en Txelis que este estadio le llegó más a través de las vivencias, que del camino intelectual paralelo que tuvo mientras pertenecía a ETA. El asesinato de Miguel Ángel Blanco parece marcar en él el punto de no retorno para abandonar la violencia y condenarla.
A estas alturas creo ver un cierto paralelismo entre la historia de vida de Santacristina y la novela de Jack Higgins "A prayer for the dying” (Réquiem por los que van a morir). El protagonista de esta novela, Martin Fallon, es un miembro del IRA que decide dejar la lucha armada después de que un atentado fallido terminase con la vida de varios niños. Teniendo en cuenta que de una organización terrorista, por motivos obvios, no se puede salir tan fácilmente, Fallon termina siendo perseguido tanto por el IRA, que busca matarlo, como por la policía. Mientras tanto aprovecha el pretexto de verse obligado a merodear una Iglesia para buscar sin esperanza el perdón de sus pecados y el alivio en la religión. Paralelamente el sacerdote también se encuentra vinculado a la violencia ya que, tras un juvenil paso por el ejército, renuncia a las acciones armadas. Sin embargo, ante la indignación por lo que sucede en su parroquia, acaba por traicionarse a sí mismo y vuelve a ejercer la violencia.
Bien, una cosa es la ficción y otra la realidad. Ambas deben de ser tomadas en su justa medida. Sin embargo en ambos casos resulta llamativo que la actitud cambia mediante las vivencias, y no mediante las justificaciones intelectuales a favor o en contra de la violencia. Existiría pues un umbral de violencia a partir del cual una idea ya no legitima los actos de la persona para ella misma. Realmente esto sucedía también en los campos de exterminio nazi. Los altos mandos comprobaron que no era posible realizar asesinatos masivos sin que un porcentaje importante de sus propios soldados acabasen con fuertes secuelas psicológicas o completamente incapacitados. Es por esto que se buscaba minimizar en lo posible el contacto entre víctimas y verdugos durante y después de su ejecución.
Aunque la vida intelectual de Santacristina es muy larga, y ya incluye una tesina en filosofía dirigida por Víctor Gómez Pin sobre Wittgenstein, no resulta casual que su tesis en teología lleve el nombre de “Paz y violencia en José María Setién e Ignacio Ellacuría”. Obviamente Santacristina es un hombre que se halla perseguido por la pregunta que circunscribe los dos conceptos mencionados en el título. Como dije antes, Ellacuría defendía la imposibilidad de ser cristiano si las circunstancias socioeconómicas no lo permiten. Visto la ineludible vinculación social con la espiritual no queda otra que preguntarse, entre otras cosas, cómo posibilitar el cambio y si el medio puede justificar el fin.
Nota 1: Aunque el artículo es mío hay que tener en cuenta que buena parte de la información que conseguido sobre Santacristina procede de internet. Por lo tanto se hace necesario mantener un cierto margen de duda respecto a la veracidad de todos los datos.
Nota 2: Soy consciente de lo ominoso del pasado de Santacristina y del odio que todavía genera. Sin embargo recuerdo que no son admisibles insultos ni descalificaciones gratuitas sobre ninguna persona.
Aparentemente la violencia representa lo contrario a la religión. Aunque hay religiones que dejan un cierto margen a la violencia y aunque lo que va asociado a las religiones (cruzadas, guerra santa, justificaciones de dominación, etc…) haya ocasionado muchas de las mayores desgracias y de las más violentas a lo largo de la historia de la humanidad, lo cierto es que la religión tiene entre sus objetivos fundamentales el de buscar la unión. El cristianismo puede centrarse en la comunión con los demás mientras que el budismo puede hacer más hincapié en la conexión con uno mismo (algo que, por cierto, va parejo al objetivo del psicoanálisis), pero siempre está de fondo el objetivo de superar la distancia entre el propio yo y lo demás. La violencia, en cambio, camina en dirección contraria porque separa. Así, la discordia que se da en la guerra de Heráclito, necesita de una cierta reciprocidad constante de fuerzas para que no se desmorone el Kósmos. A mi modo de ver, curiosamente, mucho de lo más genuino de la religión procede de la propia violencia. Los psicólogos han observado el mismo fenómeno, aunque generalmente de una manera más superficial. Desde esta perspectiva han podido ver como, por ejemplo, existe una relación directa entre los sufrimientos de los niños y su disposición a aceptar afirmaciones que no tengan sustento en la razón. Precisamente la religión busca dar un salto más allá de la razón para alcanzar lo que ésta no le permite y para ello se alimenta tanto de argumentos no racionales (la fe, por ejemplo) como de la emotividad (vinculada al sufrimiento). A causa de este último motivo no resulta extraño que en el mundo religioso haya una especial afinidad y empatía con las personas que más sufren.
Violencia y sentimiento religioso comparten pues, en buena medida (aunque no la única), una fuente común, el sufrimiento. Lo decisivo aquí es la elección interna que haga la persona que se vea en estas circunstancias para optar por devolver el sufrimiento como violencia o, por ejemplo, proyectarlo en la religión. En el caso de Txelis parece que, si atendemos a que en su juventud llegó a cursar hasta tercero de teología en el seminario de San Sebastián, sus primeros años discurrieron más de la mano de la religión. Sin embargo en Santacristina confluye el interés religioso con la preocupación social. Si atendemos a la distinción que José María Castillo hace en “Espiritualidad para insatisfechos” entre espirituales y sociales para referirse a las dos grandes tendencias dentro de los cristianos habría que orientar a Txelis en una mayor convergencia con los sociales. Lugar en el que, en el caso de Santacristina, se une la preocupación social y el marxismo. En este punto es cuando el camino de la violencia se puede sentir legitimado. No hay más que ver lo que ha sucedido con el EZLN para comprender cómo el espíritu combativo tan frecuente en la izquierda fácilmente acaba derivando en lucha armada. Txelis optó por ese camino, seguramente pensando (al igual que Ellacuría) que no es posible para una persona realizarse como cristiano si no existen un mínimo de condiciones sociales y que, además, la liberación social pasaba por la liberación nacional al encontrarse él inmerso en el contexto vasco. Sin embargo, y aunque Santacristina parece encontrarse bastante identificado con los postulados de la Teología de la Liberación, hay que tener en cuenta que ninguno de teólogos destacados pertenecientes a este grupo ha defendido nunca el camino de la violencia. Se adivina en Txelis que este estadio le llegó más a través de las vivencias, que del camino intelectual paralelo que tuvo mientras pertenecía a ETA. El asesinato de Miguel Ángel Blanco parece marcar en él el punto de no retorno para abandonar la violencia y condenarla.
A estas alturas creo ver un cierto paralelismo entre la historia de vida de Santacristina y la novela de Jack Higgins "A prayer for the dying” (Réquiem por los que van a morir). El protagonista de esta novela, Martin Fallon, es un miembro del IRA que decide dejar la lucha armada después de que un atentado fallido terminase con la vida de varios niños. Teniendo en cuenta que de una organización terrorista, por motivos obvios, no se puede salir tan fácilmente, Fallon termina siendo perseguido tanto por el IRA, que busca matarlo, como por la policía. Mientras tanto aprovecha el pretexto de verse obligado a merodear una Iglesia para buscar sin esperanza el perdón de sus pecados y el alivio en la religión. Paralelamente el sacerdote también se encuentra vinculado a la violencia ya que, tras un juvenil paso por el ejército, renuncia a las acciones armadas. Sin embargo, ante la indignación por lo que sucede en su parroquia, acaba por traicionarse a sí mismo y vuelve a ejercer la violencia.
Bien, una cosa es la ficción y otra la realidad. Ambas deben de ser tomadas en su justa medida. Sin embargo en ambos casos resulta llamativo que la actitud cambia mediante las vivencias, y no mediante las justificaciones intelectuales a favor o en contra de la violencia. Existiría pues un umbral de violencia a partir del cual una idea ya no legitima los actos de la persona para ella misma. Realmente esto sucedía también en los campos de exterminio nazi. Los altos mandos comprobaron que no era posible realizar asesinatos masivos sin que un porcentaje importante de sus propios soldados acabasen con fuertes secuelas psicológicas o completamente incapacitados. Es por esto que se buscaba minimizar en lo posible el contacto entre víctimas y verdugos durante y después de su ejecución.
Aunque la vida intelectual de Santacristina es muy larga, y ya incluye una tesina en filosofía dirigida por Víctor Gómez Pin sobre Wittgenstein, no resulta casual que su tesis en teología lleve el nombre de “Paz y violencia en José María Setién e Ignacio Ellacuría”. Obviamente Santacristina es un hombre que se halla perseguido por la pregunta que circunscribe los dos conceptos mencionados en el título. Como dije antes, Ellacuría defendía la imposibilidad de ser cristiano si las circunstancias socioeconómicas no lo permiten. Visto la ineludible vinculación social con la espiritual no queda otra que preguntarse, entre otras cosas, cómo posibilitar el cambio y si el medio puede justificar el fin.
Nota 1: Aunque el artículo es mío hay que tener en cuenta que buena parte de la información que conseguido sobre Santacristina procede de internet. Por lo tanto se hace necesario mantener un cierto margen de duda respecto a la veracidad de todos los datos.
Nota 2: Soy consciente de lo ominoso del pasado de Santacristina y del odio que todavía genera. Sin embargo recuerdo que no son admisibles insultos ni descalificaciones gratuitas sobre ninguna persona.