La Iglesia cristiana, que comenzó a consolidarse en torno a mediados del S.III después de Cristo (durante la dominación romana), tuvo como figuras clave de este período a Pancomio (288-346), que fue el que inauguró la vida monacal, y a Antonio (250-356) que puede considerarse como padre de los monjes. Esta época es una época de decaimiento respecto a la anterior en la que los profetas habían marcado los principales ejes del pensamiento.
En cuanto a la unidad de la ortodoxia religiosa es bastante probable que llegase por los peligros de las posibles herejías, además de por la preocupación por distinguir a los falsos de los verdaderos profetas. Ignacio de Antioquía alude a ellos como los vinculados con Jesucristo y Justino (en el S.II d.C.) arguye que las profecías siguen existiendo por lo que hay que afirmar que los dones otorgados al pueblo de Israel han sido trasferidos a ellos.
Hubo un cambio desde la posición de nombramiento de los ministros por parte de los profetas a la sustitución de los profetas por los ministros. El obispo de Cartago, Cipriano, refleja esta circunstancia y con ello puede ser un ejemplo de esta evolución. Este proceso también se podrá ver como paralelo al del judaísmo, ya que aquí fueron de nuevo los rabinos los que sustituyeron a los profetas, quedando en los primeros la imagen de unos simples antecesores.
Una vez decayeron los profetas, fueron los mártires (que significaban la máxima prueba del sacrificio por Jesucristo) y los confesores los que tuvieron una función ministerial importante. Esta época duró hasta el término de las persecuciones a finales del S.III d.C. en la que además se habían extendido sobremanera el número de confesores. Entonces la vida monacal comenzó a tomar forma como el reemplazo del sufrimiento de los mártires y desde ahí se volvió a mirar hacia atrás buscando los mártires que fuesen más apropiados para esta nueva circunstancia. Con todo este marco de referencia se cimentaron los comienzos del monacato pero partiendo de las comunidades y no de la estructura jerárquica de la Iglesia.
El origen del cariz apostólico que tiene la Iglesia primitiva puede verse en que originalmente los monjes buscaban imitar a los apóstoles ya que eran un referente para el movimiento. Por aquel momento el prestigio de los apóstoles era altísimo y ello originó una idealización de la iglesia primitiva, relacionando el monacato con ella y con los apóstoles. Se podría decir que no se quiso ver un origen del cristianismo fuera del monacato y por eso se buscó la forma de retomar los orígenes aunque por otro camino. En este caso fue Casiano el que quizás más influyó en mostrar la vida monástica como continuadora de la apostólica.
El Nuevo Testamento ayudó también ya que fue otro factor que promovió esta consolidación de lo monacal, aunque en éste no hay más alusiones en cuanto al cristianismo de que consista en los cristianos y el propio Cristo. Pero sí que hay una llamada a la renuncia a la propia vida (Marcos 8,34-9,1), a los bienes (Marcos 10,17-22), a la familia y al matrimonio (Mt 10,37-39; 19,10-12). Sin embargo, y con estas premisas, en cuanto la Iglesia se mundanizó, fue cuando se pudo hacer distinciones jerárquicas apoyadas en el monacato entre unos pocos a los que se consideraba como perfectos respecto a los otros. Con este campo abonado la llegada de la Edad Media sería un detonante para que el pesimismo de la época ayudase a fomentar la vida monacal como ideal de salvación, es decir como vida consagrada/retirada a Dios.
Una vez que el proceso de consolidación del monacato fue claro se pudo ver como la afluencia de vocaciones en épocas de crisis socioeconómica era mucho mayor porque, en los tiempos de inestabilidad, los monasterios se convirtieron en lugares de seguridad económica. Entonces se buscaron a monjes famosos para hacerlos obispos y así conseguir mayor prestigio. Una prueba de este hecho es que la mayoría de los santos canonizados de esta época son religiosos o directamente sacerdotes.
EL Kempis, el neoplatonismo y movimientos ascéticos de la época fueron otros factores que también ayudaron a orientar un ideal de santidad en la renuncia al mundo, con lo que consecuentemente se propulsó el establecimiento de un elitismo. Por eso la renuncia monástica se convirtió en un martirio que purificaba y perdonaba los pecados.
Para la llegada de la Ilustración la visión democrática comenzó a oponerse frente a la perspectiva autoritaria de la Iglesia y ello no quedó renovado hasta el Concilio Vaticano II pese a que durante ese intervalo se hicieron cada vez mayores las críticas a la religión y a Dios (Marx, Nietzsche, etc…). La inflexión de eso fue debido, entre otras cosas, a que en el Concilio queda establecido que la consagrados cristianos lo son ante Dios por el bautismo, con lo que el papel monacal deja de ser el único camino y abre vía libre a que durante el s.XX comenzase a extenderse la consagración religiosa fuera de los límites de la herencia del monacato. La transición ,que ya se había llevado en el judaísmo, de la circuncisión como consagración a Dios hacia el bautismo como símbolo de consagración queda afirmada oficialmente con algo que ya tuvo su evolución (aunque no quedase del todo reconocida) en aquélla época.
En cuanto a la unidad de la ortodoxia religiosa es bastante probable que llegase por los peligros de las posibles herejías, además de por la preocupación por distinguir a los falsos de los verdaderos profetas. Ignacio de Antioquía alude a ellos como los vinculados con Jesucristo y Justino (en el S.II d.C.) arguye que las profecías siguen existiendo por lo que hay que afirmar que los dones otorgados al pueblo de Israel han sido trasferidos a ellos.
Hubo un cambio desde la posición de nombramiento de los ministros por parte de los profetas a la sustitución de los profetas por los ministros. El obispo de Cartago, Cipriano, refleja esta circunstancia y con ello puede ser un ejemplo de esta evolución. Este proceso también se podrá ver como paralelo al del judaísmo, ya que aquí fueron de nuevo los rabinos los que sustituyeron a los profetas, quedando en los primeros la imagen de unos simples antecesores.
Una vez decayeron los profetas, fueron los mártires (que significaban la máxima prueba del sacrificio por Jesucristo) y los confesores los que tuvieron una función ministerial importante. Esta época duró hasta el término de las persecuciones a finales del S.III d.C. en la que además se habían extendido sobremanera el número de confesores. Entonces la vida monacal comenzó a tomar forma como el reemplazo del sufrimiento de los mártires y desde ahí se volvió a mirar hacia atrás buscando los mártires que fuesen más apropiados para esta nueva circunstancia. Con todo este marco de referencia se cimentaron los comienzos del monacato pero partiendo de las comunidades y no de la estructura jerárquica de la Iglesia.
El origen del cariz apostólico que tiene la Iglesia primitiva puede verse en que originalmente los monjes buscaban imitar a los apóstoles ya que eran un referente para el movimiento. Por aquel momento el prestigio de los apóstoles era altísimo y ello originó una idealización de la iglesia primitiva, relacionando el monacato con ella y con los apóstoles. Se podría decir que no se quiso ver un origen del cristianismo fuera del monacato y por eso se buscó la forma de retomar los orígenes aunque por otro camino. En este caso fue Casiano el que quizás más influyó en mostrar la vida monástica como continuadora de la apostólica.
El Nuevo Testamento ayudó también ya que fue otro factor que promovió esta consolidación de lo monacal, aunque en éste no hay más alusiones en cuanto al cristianismo de que consista en los cristianos y el propio Cristo. Pero sí que hay una llamada a la renuncia a la propia vida (Marcos 8,34-9,1), a los bienes (Marcos 10,17-22), a la familia y al matrimonio (Mt 10,37-39; 19,10-12). Sin embargo, y con estas premisas, en cuanto la Iglesia se mundanizó, fue cuando se pudo hacer distinciones jerárquicas apoyadas en el monacato entre unos pocos a los que se consideraba como perfectos respecto a los otros. Con este campo abonado la llegada de la Edad Media sería un detonante para que el pesimismo de la época ayudase a fomentar la vida monacal como ideal de salvación, es decir como vida consagrada/retirada a Dios.
Una vez que el proceso de consolidación del monacato fue claro se pudo ver como la afluencia de vocaciones en épocas de crisis socioeconómica era mucho mayor porque, en los tiempos de inestabilidad, los monasterios se convirtieron en lugares de seguridad económica. Entonces se buscaron a monjes famosos para hacerlos obispos y así conseguir mayor prestigio. Una prueba de este hecho es que la mayoría de los santos canonizados de esta época son religiosos o directamente sacerdotes.
EL Kempis, el neoplatonismo y movimientos ascéticos de la época fueron otros factores que también ayudaron a orientar un ideal de santidad en la renuncia al mundo, con lo que consecuentemente se propulsó el establecimiento de un elitismo. Por eso la renuncia monástica se convirtió en un martirio que purificaba y perdonaba los pecados.
Para la llegada de la Ilustración la visión democrática comenzó a oponerse frente a la perspectiva autoritaria de la Iglesia y ello no quedó renovado hasta el Concilio Vaticano II pese a que durante ese intervalo se hicieron cada vez mayores las críticas a la religión y a Dios (Marx, Nietzsche, etc…). La inflexión de eso fue debido, entre otras cosas, a que en el Concilio queda establecido que la consagrados cristianos lo son ante Dios por el bautismo, con lo que el papel monacal deja de ser el único camino y abre vía libre a que durante el s.XX comenzase a extenderse la consagración religiosa fuera de los límites de la herencia del monacato. La transición ,que ya se había llevado en el judaísmo, de la circuncisión como consagración a Dios hacia el bautismo como símbolo de consagración queda afirmada oficialmente con algo que ya tuvo su evolución (aunque no quedase del todo reconocida) en aquélla época.
Yo no sería capaz de practicar una vida monacal, pero la lectura de tu post me ha recordado la peli "El Gran Silencio." No sé si la oonocerás.
ResponderEliminarA mí me parece preciosa y magnética. La he visto varias veces y me sigue conmoviendo.
Saludos.
La vida monacal sincera me parece bastante complicada, pero vivir retirado en lo posible (dejando aparte el lado religioso) es algo que siempre me ha parecido interesante. Hace un par de años ya solté una "llorada" sobre el tema. No sé si es la mejor solución pero por lo menos mis múltiples neurosis quedan más tranquilas.
ResponderEliminarNo he visto la película pero te agradezco la referencia y procuraré darle un vistazo. Lo que he visto es la parte del argumento de Pascal en la otra película de Rohmer que me recomendaste y, la verdad, no me ha fascinado mucho. Pero lo mío con este director viene de lejos, hace mucho que lo tengo cruzado. Supongo que es una cuestión de sensibilidades.
Gracias y saludos.